Las tres claves de la
felicidad
Hoy les comparto un interesante artículo que llegó a mi correo.
La mayoría de las personas
no son conscientes de que su vida y su felicidad, dependen, en gran media, de
la capacidad que tengan para perdonarse, para quererse y para coger las riendas
de su vida.
¿Por qué es tan importante
aprender a perdonarnos?
El perdón a nosotros mismos
nos proporcionará el equilibrio que tanto necesitamos, y el perdón a los demás
nos liberará de la tensión y del desgaste que provoca el resentimiento.
Aprender a perdonarnos es
aprender a vivir. La vida sin perdón es el fracaso del ser humano.
Perdonarnos nos hace más
seguros. El fracaso llega cuando no somos capaces de perdonarnos por aquellas
cosas que podríamos haber hecho mejor.
Si nos perdonarnos por las
decisiones que tomamos en el pasado y dejamos de sentirnos culpables por las
difíciles situaciones que vivimos en el presente, tendremos fuerzas para
rectificar hoy lo que hicimos ayer. El pasado no lo podemos cambiar, pero el
presente sí que depende de nuestra voluntad.
Asimismo, perdonarnos nos
hace más humanos. Hoy, erróneamente, mucha gente piensa que solo triunfan los
insensibles y los egoístas, y, por ello, han decidido anestesiar sus emociones.
Perdonarnos mejora nuestra
autoestima. El perdón nos devuelve la paz y la tranquilidad. Debemos ser
indulgentes con nuestros errores; especialmente, cuando no ha habido maldad ni
egoísmo, cuando no hemos querido engañar ni abusar de nadie, cuando
inmediatamente hemos reaccionado y hemos intentado reparar el daño causado.
¿Cuándo debemos perdonarnos?
Debemos perdonarnos cuando
nos hemos equivocado porque somos humanos, cuando hemos cometido errores que
nos habría gustado evitar, y cuando nos arrepentimos, sinceramente, por el
dolor que hayamos podido causar.
Cuando tengamos dudas sobre
si merecemos perdonarnos, la clave será cambiar el tiempo verbal. No se trata
de juzgar lo que hicimos ayer, sino la actitud que tenemos hoy.
Perdonarnos "de
verdad" implicará compromiso y necesidad de reparación, y nos ayudará el
hecho de que intentemos subsanar, en la medida de lo posible, los daños que
provocamos con nuestras acciones o nuestros errores.
¿Debemos perdonarnos
siempre, o solo si nos perdonan los demás?
El perdón auténtico es
interno, personal e intransferible. Si nos sentimos culpables de determinados
hechos, por mucho que nos perdonen los demás, hasta que no nos perdonemos
nosotros mismos su perdón no nos servirá.
Perdonarnos no significa que
no asumamos nuestra responsabilidad; perdonarnos es un derecho que siempre nos
podemos ganar: ¡De nosotros dependerá que lo consigamos!
¿Cuáles son los perdones más
difíciles?
Sin duda, nos resulta mucho
más difícil perdonarnos cuando hemos fallado a nuestros seres más queridos:
padres, pareja, hijos...
También nos cuesta
perdonarnos cuando nos sentimos inseguros y no hemos cubierto las expectativas
de los demás, o cuando nos hemos dejado engañar y hemos perdido nuestra
dignidad.
Las "buenas
personas" tienden a juzgarse con excesivo rigor y les cuesta perdonarse a
sí mismas por aquello por lo que no dudarían un segundo en perdonar a los demás.
¿Cómo perdonarnos en los
momentos más vulnerables?
Algunas personas se sienten
culpables por enfermar, y no poder atender como desearían a sus seres queridos.
Otro momento en que nos
encontramos vulnerables es cuando sentimos que hemos fracasado y nos hemos
defraudado a nosotros mismos.
Una persona segura es
aquella que admite sus fallos, que intenta aprender de ellos y que no se
considera fracasada por haberse equivocado.
También nos cuesta
perdonarnos en situaciones de extrema presión, como la convivencia cuando ya no
hay amor pero aún no se ha producido la separación. Cuando el amor ha terminado
en un miembro de la pareja no podemos forzar unos sentimientos que ya no
existen.
¿Qué es lo que los demás no
nos perdonan?
Desde la psicología, sabemos
que una de las emociones que más debilitan y que más daño pueden hacer es la
envidia; la envidia es una reacción y una vivencia poco noble, pero
desgraciadamente muy extendida, que genera una insatisfacción permanente en
quien la siente, y que se halla en el origen de muchas conductas y actitudes
ruines y deshonestas.
Las personas envidiosas no
son felices, nunca estén satisfechas, y, a pesar de lo mucho que tengan,
siempre anhelan lo que les falta, lo que no pueden comprar, lo que jamás serán
capaces de sentir; pero no nos equivoquemos: son peligrosas; por eso conviene
tenerlas lejos, no otorgarles ninguna confianza y mostrarnos indiferentes ante
sus provocaciones y sus miserias.
Hay gente que no te perdona
que triunfes, que tengas tu propia forma de ser, que defiendas un estilo
diferente de trabajar, que no "transijas como los demás, y que no te
comportes como un cordero dentro del rebaño.
Otra emoción muy complicada
son los celos. Hay personas que no perdonan que otros disfruten y caigan bien.
¿Cuáles son las tres claves que nos ayudarán a encontrar la felicidad?
La primera es
"perdonarnos el pasado". Muchos adultos viven aún condicionados por
situaciones que experimentaron hace muchos años. En numerosos casos no son
conscientes de ello, pero el origen de su debilidad puede remontarse a hechos
lejanos en el tiempo, pero presentes en sus emociones.
Hoy nos cuesta mucho
perdonarnos porque, en algún momento de nuestro desarrollo, no nos enseñaron
que detrás de un error casi siempre hay una posibilidad de rectificación, que
la equivocación puede ayudarnos a ver el aprendizaje que estaba oculto, y que
es la confianza la que genera seguridad, mientras que el miedo nos arrastra a
la debilidad y al fracaso.
La segunda clave es asumir
nuestro presente. No sentirnos culpables por la conflictividad de las personas
más cercanas, incluidos nuestros hijos.
Muchas personas se sienten
responsables de lo que ocurre a su alrededor, y muchos padres sufren y se
sienten muy culpables; culpables de lo que hacen sus hijos o de lo que omiten;
culpables de la agresividad con que se comportan o de la falta de control que
manifiestan; culpables cuando fracasan en los estudios o ante la carencia de
esfuerzo y motivación que muestran.
Es posible que algunas
personas piensen que los hijos son el fiel reflejo de sus padres, pero esta
creencia, por muy extendida que esté, no es exacta, ni se corresponde siempre
con la realidad.
Los padres influyen en sus
hijos, pero no son enteramente responsables de cómo evolucionen.
Los chicos que están
confundidos y presentan conductas de riesgo no necesitan padres culpables; lo
que precisan son progenitores seguros, valientes, llenos de energía y de
confianza, que les faciliten el análisis de sus equivocaciones y les ayuden a
encontrar el equilibrio emocional que hace tiempo perdieron.
Y los padres que se sienten
al límite y quieren ayudar a sus hijos, previamente, deberán perdonarse por
todo aquello por lo que injustamente se sienten culpables.
La tercera clave es
"ser nuestros mejores amigos, querernos bien y perdonarnos mejor".
Recordemos que las únicas personas que estaremos siempre a nuestro lado -en el
sentido literal de la palabra-, somos nosotros mismos. Por ello, resulta
crucial que nos queramos bien.
Desde la psicología, sabemos
que podemos aprender a querernos bien, y si lo hacemos, estaremos más cerca de
alcanzar la felicidad que anhelamos.
La fórmula para ser nuestros
mejores amigos es perdonarnos por nuestros fallos y querernos por nuestros
esfuerzos.
(*) María Jesús Álava Reyes
es la autora de 'Las tres
claves de la felicidad', editado por La Esfera de los Libros.